Hay un color que avisa del peligro:
precaución y cautela, nadie quiere
caer o despeñarse, tropezar y morir,
arder, perderlo todo.
¿Quién escoge el color de un abismo?
¿Quién decide el lugar donde hay riesgo,
emergencia o percances?
El color amarillo delimita
la amenaza que late en nuestros pasos,
un dolor que respira, la desgracia
que acude sin horario.
Hay un color que anuncia la amenaza:
que el caminante sepa dónde pisa,
que consiga llegar, venir, fugarse.
Qué fácil nos resulta protegernos:
basta sólo un color y los peligros
se alejan o se esfuman.
¿Dónde están los colores que no están?
¿Qué será de nosotros sin su brillo?
[José Carlos Rosales, de Y el aire de los mapas, Vandalia, Sevilla, 2014]
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