viernes, 22 de marzo de 2019

74.- Palabras de Luis Martínez Drake sobre "El buzo incorregible".

   
     [...] Estábamos -digo- los mayores en nuestro establecido páramo cultural, dando formas convencionales a lo inevitable, cuando, de una forma quizás demasiado tímida, aparece un mínimo libro [El buzo incorregible] con una voz nueva desolada, deshaciendo la posibilidad de la lectura conforme y poniendo sobre el tapete un montón de problemas antiguos que yo creía olvidados o superados o, al menos, en los que yo ya no tenía ganas de hurgar. Aquellos problemas o habían dejado, pensaba yo, de serlo, o hacía tiempo que se nos presentaban como psuedoproblemas, cargados como estaban de excesivo artificio ideológico en el contexto de una pseudocultura inaguantable por mimética.
    Pero, a destiempo, reaparece la interioridad cargada de tristeza desolada en un contexto absolutamente impropio: en un inmenso paisaje sin figuras. La desolación, que presentíamos a la vuelta de la esquina, pero que, mal o bien, disimulábamos, nos da de pronto en la cara, disolviéndose estéticamente entre las cosas, los meses y los climas, dejándonos al desnudo.
     El planteamiento es inoportuno, pero su inoportunidad precisamente nos pone otra vez (y parecía que esto se había acabado) frente al viscoso tema del Yo autónomo capaz de volverse críticamente contra sí mismo y romper su ilusoria perplejidad.
     Se disuelve la tristeza entre las cosas, a través de su dañada y alienada configuración, dado que este Yo restablecido ya no puede hablar de manera inmediata, ya no cree en "omnipotencia del pensamiento" de la que hablaba Freud, pero puede causar, y esto es lo que, a mi juicio, se está haciendo a lo largo del libro, su fracaso como Yo, impedido de su emancipación por las relaciones de producción, como se decía antiguamente, que vaya usted a saber por qué el autor, en algún momento de su historia pensó que iban a ser superadas. De ahí la desolación y el paisaje gris y sin figuras del mes de octubre, en el que "ni siquiera un motín rememora esos días".
    Porque no es la tristeza lo que transmite el poema, a pesar de que es realmente triste. Esta es demasiado obvia. Lo que se transmite es "la expresión de lo que no tiene expresión, el llanto al que le faltan las lágrimas", en palabras de Adorno. Y recordemos que Eliot advertía que "si la poesía es una forma de comunicación, lo que comunica es el poema mismo". [...]

(Luis Martínez Drake, "Estábamos tranquilos los mayores...", Granada 2000, 4 de diciembre de 1988, pág. 41)