DICE José Carlos Rosales que escribir es como construir una habitación para que el lector coloque sus muebles, sus recuerdos, sus fronteras…
En su último poemario nos invita a transitar por los territorios como buzos incorregibles, por los físicos y por los anímicos, por los del tiempo y los del espacio, sin saber muy bien si vas o vienes, si es un aire revuelto y huracanado el que guía tus pasos o una brisa leve que nunca lograría agitar una bandera:
"El aire de los mapas depende del que mira y los que miran mapas ven más de lo que miran, a veces son capaces de saber el futuro, futuro imaginario, parecen quiromantes, imaginan países, movimientos de tropas o de nubes, el lugar donde estuvo la gloria falseada".
Siempre he pensado que con los poemas ocurre como con las canciones, como con el arte, nos los apropiamos, los reinventamos y decidimos su sentido y su significado como quien confecciona un traje a medida. Nosotros, los lectores, el público, y los sesudos críticos que publican kilos de papel diseccionando hasta el último suspiro del creador.
Y el aire de los mapas ha llegado a las librerías justo cuando cuatro millones de escoceses acudían a las urnas para decidir si cambiaban el suyo, si levantaban una frontera de las de verdad, con aduanas y aranceles, que volviera tangible esa otra invisible e imprecisa que llevaban trescientos años cruzando.
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[Magdalena Trillo, Granada Hoy (21 de septiembre de 2014) / Ver más]
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